“Lo primero que había que precisar era esto: Realmente, ¿qué era lo que estaba en crisis? Yo no estaba dudando de mi fe, ni de mi vocación primera de servir a mis hermanos con todas las fuerzas de mi ser. Tampoco era una crisis respecto a mi pertenencia a la Iglesia católica, a la que tanto le debo y en la que he vivido y viviré feliz. No era una necesidad emocional que se aplacara con un cambio de ciudad, ni se tratara de un problema afectivo que se pudiera resolver con una pareja. Era un desencuentro profundo con la manera en que se entiende el ministerio de los sacerdotes hoy en día, un desenamoramiento, una pregunta por mis posibilidades de vivir de otra manera mi misión evangelizadora dentro de ese contexto”.